RECONOCÍ A PAJARES
Reconocí a Pajares aquella tarde. Le vi. Sabía que era él. Lo reconocí por debajo de su bigote postizo. Llevaba una pistola en la mano. El portero no veía el arma porque él la escondía tras la espalda pero desde mi posición la veía perfectamente. Me pareció extraño. Pensé que me había colado en medio de un rodaje pero allí faltaban las cámaras y los micrófonos y sobraba yo.
El portero le indicó con el dedo las escaleras observándole con inseguridad y asombro. "Segundo piso", mientras Pajares ya se agarraba con brío a la barandilla. Como en las películas, fui tras él sin saber bien porqué. Saludé al portero y le mostré uno de los sobres certificados que debía entregar unas manzanas más allá y que me sirvió como pasaporte hacía las escaleras y hacia la estela de aquel Pajares disfrazado. Subimos las dos plantas a buena velocidad. Se detuvo frente a una puerta con acabados dorados. Una placa indicaba que detrás de las bisagras se escondía un bufet de abogados.
Llama a la puerta, ésta se abre y sin tiempo de reacción el hombre del bigote dispara en la cara de la joven que le recibía. Se adentra en el pasillo y comienza a accionar el gatillo de su arma. Alcanza a dos hombres en la cabeza. Caen y de la parte trasera de sus craneos se extiende, con calma, la sangre de un rojo espeso. Pajares continúa su recorrido aleatorio disparando a todo aquel que se le pone delante. Yo le sigo de cerca y a cada rugido del cañón me siento más cautivado, perdiendo de vista lo que realmente está pasando y sintiéndome submergido en esa ficción gangsteriana que se representa para mi esta mañana. Pajares dispara sin descanso y los gritos de las víctimas me parecen molestos arañazos que desgarran la tela de un óleo casi perfecto.
Acaba con todos y cada uno de los miembros del bufet. Se detiene. En ese momento se percata de mi presencia. Sabe que alguien le ha seguido durante toda la carnicería pero lo ha obviado. Quizá él sentía mi presencia como antaño había notado el objetivo de la cámara persiguiéndole en busca de una gloria en 35mm. Se vuelve y me mira de una manera muy inocente. Noto que la piel de mi cara se ha endurecido y que mi barba es como papel de lija. "Vámonos Andrés. Esto se va a llenar de policía en un minuto". Guarda el arma en un bolsillo de su gabardina. Sale corriendo y me acaricia el brazo al pasar por mi lado. El bufet está lleno de cadáveres y silencio. A lo lejos se oyen las primeras sirenas. Sigo, una vez más, los pasos de Pajares escaleras abajo.
El portero le indicó con el dedo las escaleras observándole con inseguridad y asombro. "Segundo piso", mientras Pajares ya se agarraba con brío a la barandilla. Como en las películas, fui tras él sin saber bien porqué. Saludé al portero y le mostré uno de los sobres certificados que debía entregar unas manzanas más allá y que me sirvió como pasaporte hacía las escaleras y hacia la estela de aquel Pajares disfrazado. Subimos las dos plantas a buena velocidad. Se detuvo frente a una puerta con acabados dorados. Una placa indicaba que detrás de las bisagras se escondía un bufet de abogados.
Llama a la puerta, ésta se abre y sin tiempo de reacción el hombre del bigote dispara en la cara de la joven que le recibía. Se adentra en el pasillo y comienza a accionar el gatillo de su arma. Alcanza a dos hombres en la cabeza. Caen y de la parte trasera de sus craneos se extiende, con calma, la sangre de un rojo espeso. Pajares continúa su recorrido aleatorio disparando a todo aquel que se le pone delante. Yo le sigo de cerca y a cada rugido del cañón me siento más cautivado, perdiendo de vista lo que realmente está pasando y sintiéndome submergido en esa ficción gangsteriana que se representa para mi esta mañana. Pajares dispara sin descanso y los gritos de las víctimas me parecen molestos arañazos que desgarran la tela de un óleo casi perfecto.
Acaba con todos y cada uno de los miembros del bufet. Se detiene. En ese momento se percata de mi presencia. Sabe que alguien le ha seguido durante toda la carnicería pero lo ha obviado. Quizá él sentía mi presencia como antaño había notado el objetivo de la cámara persiguiéndole en busca de una gloria en 35mm. Se vuelve y me mira de una manera muy inocente. Noto que la piel de mi cara se ha endurecido y que mi barba es como papel de lija. "Vámonos Andrés. Esto se va a llenar de policía en un minuto". Guarda el arma en un bolsillo de su gabardina. Sale corriendo y me acaricia el brazo al pasar por mi lado. El bufet está lleno de cadáveres y silencio. A lo lejos se oyen las primeras sirenas. Sigo, una vez más, los pasos de Pajares escaleras abajo.
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