3 de jul. 2010

Enric González habla, en su Historias del Calcio, de los grandes poetas del balón entre los que destaca a un díscolo Antonio Cassano, capaz de erizar el vello del tipo más sosegado del planeta con alguna de sus excentricidades. Lo tilda de “feo y decididamente payaso”, un creador de belleza grotesco, uno de esos freaks de circo norteamericano que recorría el país otorgando normalidad a una población curtida en el polvo del abandono. “Un tipo no puede crear tanta belleza y quedar impune” nos dice el gran González.
Ayer, a tan sólo una hora de la medianoche, redescubrí a un nuevo orfebre de la rima futbolística del que prometo leer toda su bibliografía, otro adicto al spleen balompédico. Desterrado en la exquisita Siberia del fútbol brasileño, este artesano de la maravilla, feo y decididamente payaso, con apodo esquizofrénico, a la sombra del faro Forlán y a años luz del carisma de Francescoli o Rubén Sosa, éste apátrida del arte futbolístico, pateó la pena máxima que daba el pase a semis a lo Panenka y con la zurda, a pesar de que la derecha es su pierna buena. Ayer percibí en mis propias carnes, gracias al sedoso vuelo de ese balón que no acababa de entrar, el estrecho margen que separa el heroicismo de la lapidación. Recuerdo a otros que también lo hicieron en un Mundial, com el propio Zidane, pero debo confesar que este uruguayo desgarbado me ha cautivado. En su álbum de cromos ya colecciona un penalty épico y un gol que sólo se puede fallar una de cada tres mil veces que se intente.
Por todo eso, por ser un genio desgarbado y 'Loco', por preferir el verso al cartabón, mi querido Washington Sebastián Abreu Gallo, gracias.