2 de des. 2007

CANON OCCIDENTAL


Os explicaré brevemente mi historia. Ahora estoy muerta y os hablo desde el limbo. La muerte es algo que forma parte de la vida de todos los seres que habitan la tierra. Pero mi caso es inusual. Cuando morí tenía más de 4000 años.
Era una almeja que residía en el norte de Gales. En aquel paraje frío consumía mis días hasta que en uno de ellos cayó mis manos un ejemplar del tiempo perdido de Proust. Decidí que, ya que no tenía ninguna ocupación que llenara mis plácidos jornadas en el mar, leería esta obra maestra. Y ahí empezaron mis problemas. La tranquilidad de la que gozaba se manchó con las preocupaciones de los humanos, sus cavilaciones acerca de cosas absurdas e incomprensibles para mi. Y mi vida dejó de ser plácida. Gracias a esta lectura empecé a contar todos los segundos de mi existencia. Realizando los cálculos pertinentes determiné mi edad. Empecé a preocuparme de la dieta, intentaba hacer ejercicio para desentumecer mis músculos. Mi vida se convirtió en un auténtico infierno humano.
Pero todo esto se acabó cuando un día vi acercarse a un submarinista. Me recogió y me metió en una magnífica bolsa de neopreno. Allí mismo, en medio de aquella oscuridad abrasadora, morí. Ahora, aquel hombre que me quitó la vida se ha ganado una gran reputación por haber averiguado mi edad.
Desde el limbo de las almejas os explico esta historia y lo puedo hacer porque gasté muchos años de mi vida leyendo una de las obras maestras de la literatura universal.