25 de nov. 2007

SALTAR A LA PALESTRA

No pude dejar de mirar aquellos grandes ventanales. En la calle hacía frío. De aquello podía dar buena fe porque las manos se me helaban hasta dentro de los bolsillos de la chaqueta. Pero prefería morir congelado que abandonar aquella esquina desde la que tenía una visión tan privilegiada. Frente a mis ojos se disponía un catálogo de máquinas medievales de tortura donde jóvenes y no tan jóvenes de ambos sexos se ejercitaban. Cada una de esas personas cumplía un ritual precario: forraba el respaldo de aquel ingenio con una toalla, se estiraba sobre él y repetía mecánicamente una serie de ejercicios. ¡Qué maravilla!. Y desde aquí afuera uno no podía más que fascinarse por aquellos cuerpos en pleno proceso escultórico. El sólo hecho de imaginar mis michelines me enrojecía.
¡Viva el culto al cuerpo y viva los gimnasios de metacrilato gracias a los cuales me avergoncé una vez más de la estúpida condición humana!